Una noche romana

 Hace tiempo que te quería explicar una cosa que me pasó hace años.

La noche en que rompí con mi primera novia, y que acabó siendo una de las cosas más alucinantes que me han pasado en la vida.

Una noche romana.

Si me acompañas, te lo explico...
A estas alturas, y si me has ido leyendo todavía más, ya sabes que mi familia es un poco peculiar.

Por decirlo de alguna manera, nos suelen pasar cosas inusuales.

Mi madre, que se perdió en un bosque y descubrió una mítica tumba secreta, perdida durante 800 años... 
O mi bisabuelo, al que unos lobos salvaron de morir congelado en una tempestad de nieve...

O mi abuelo inglés, que se enfadó con el dueño de su campo de golf, y los quemó a los dos, al campo y al dueño...

Ya sabes, cosas muy no muy normales. 
Pues bien, esta es mi historia, una buena historia.

Pero como toda buena historia, hay que explicarla desde el principio...

¿Me acompañas? 
Hace bastantes años.

¿Yo? joven.
No muy guapo, pero buena planta y muy buen chaval.
Me eché una novieta italiana.

Mi primera novia.

Guapísima.
Elegantísima.
De buenísima familia.

Yo, en Barcelona.
Ella, en Roma. 
No os explicaré el noviazgo.

Tan solo que su madre no veía el asunto con buenos ojos.

Como os he dicho antes, mi novia era guapísima.
Elegantísima.
De buenísima familia.

Y yo?
Pues no. 
Y su madre me puso el veto.
Era una bruja.
Seca y enjuta.
Altísima y delgadísima, como una escoba.

De esas personas que cuando te miran, ya intuyes que saldrás escaldado. 
Su padre, en cambio, era un pobre hombre. Sin malicia ni inteligencia.

Un poca-pena que hacía lo que decía su mujer.

¿Por qué os explico este rollo?, os preguntareis.

Tranquilos, no os pongáis nerviosos, que sigo. 
Había quedado con mi novia a cenar en un restaurante muy típico del centro de Roma.

Il Ristorante La Campana, en el Vicolo della Campana, número 18.

Muy recomendable, por cierto, si váis por allí.
Había quedado con ella allí mismo, en el restaurante.

Para mi sorpresa, no vino ella, sino sus padres.

La conversación no fue muy larga.

- “Lei non vuole vederti mai più... e nemmeno noi ” 
Vamos, en resumen, que no te quiere volver a ver, y nosotros menos.

Dicho esto, se levantaron y se fueron.

Me quedé de piedra.

Aquí entra en escena il signore Paolo Trancassini, el dueño del restaurante.
El mítico Paolo, hombre amable como pocos, que sin conocerme de nada, pero perfecto entendedor de la situación, se sentó conmigo a la mesa con una botella de Monfortino y un par de vasos, cortesía de la casa.
Un par de horas y 2 botellas después, salía por la puerta, dolido por haber perdido a mi primera novia, y con el ánimo un poco demasiado wagneriano.

Es decir, jodido y borracho. 
Total, que como buen novio abandonado, decidí tirarme al Tíber. Sí, al río.

Suicidarme.

“Oh vida cruel, acaba con mis penas. Oh, tenebroso río, entiérrame en tus frías aguas”.
Ridículo, lo sé, pero vaya, es lo que hacen todos los novios cuando... bueno, ya me entendéis, carajo!

Pero claro, yo iba un poco del revés. Ya sabéis que el vino caro tiene el mismo efecto que el barato.

“Asturias patria querida y tal”. 
Pues bien, de camino hacia el río, me equivoqué de calle, y en lugar de tomar Via dei Somaschi a la izquierda, giré a la derecha hacia Fontanella dei Borghese.
Total, que me perdí.

Visto en perspectiva, hace mucha gracia. Un chaval veinteañero, borracho como una cuba, perdido en el centro de Roma, llorando a la novia y maldiciendo a la madre que la parió a partes iguales.

Vaya escena. Perdido por Roma. 
Vagando como alma en pena.
Recuerdo haber pasado por la plaza de MonteCitorio, con su enorme obelisco.

Recuerdo haberlo maldecido: Tan alto y delgado como la bruja de la madre, como una escoba diabólica.

Quedaos con la copla, porque el obelisco será importante en esta historia.
Seguí mi periplo romano, cual Ulises perdido en alta mar. Callecita arriba, callecita abajo.

Total, que me vinieron ganas de evacuar, es decir, de hacer pipí, y me olvidé de lo del suicidio. 
Me metí en un portal.

Un patio interior, de esos tan habituales en Roma.

Que dan acceso a los portales interiores de casas viejas.

Estas eran muy viejas...
-“A ver si aquí puedo hacer mis cosas”

Me dispongo a despedirme del carísimo Monfortino, con cuidado de no salpicarme los zapatos (los señores que hayan pasado por esta situación me entenderán perfectamente). 
Escucho unas voces. Pasos que se acercan.

Yo con el tema fuera, haciendo pipí.

Borracho, pero todavía con modales y dignidad, decido meterme en un pasillito oscuro, para que no me vean.

El pasillito es más largo de lo que parece.

Una verja metálica que parece abrirse sola...
Borracho y curioso, decido explorarlo un poco.

Me meto en el pasillo.

Giro a la derecha.
Huele a húmedo.

Bajo unas escaleritas de piedra.

Continúo recto. 
Aunque está oscuro, me voy apañando.
El pasillito desciende.

A veces cruje el pavimento de madera, como de pasarela; a veces la fría piedra resulta resbaladiza. 
Como no tengo nada que hacer, voy tirando.
En la oscuridad, pierdo la noción del tiempo.

Y de repente sucede lo inesperado.

El suelo de madera cede.

Un instante de ingravidez, y caigo.

Al vacío. 
No sé desde qué altura, pero el golpe fue espectacular.

No me rompí nada importante. Tan sólo un trozo de diente, que aún hoy no he repuesto.

Pero volvamos a la historia.

¿Sigo o no? 
Hay muy poca luz, pero veo que el pavimento es de mármol. Frío, gélido.

Y sobre el pavimento, veo unas inscripciones extrañas.

Limpio el polvo del pavimento con la mano y sí, lo confirmo.

Inscripciones antiguas. ¿Latinas? ¿Griegas?
Entre el golpe y el descubrimiento, se me pasa la borrachera de golpe.

Sé que he encontrado algo. Algo antiguo, olvidado.

No sé cómo, pero consigo salir del lugar, memorizando cada recoveco, cada esquina, de aquel pasadizo olvidado. 
Por no alargarme demasiado sobre lo que pasó después.

En resumen:

-"Señor carabinieri, he encontrado algo antiguo y misterioso"

- "¿Escuche, usted ha bebido, no?"

- "Monfortino, buenísimo"
Después de una noche en comisaría, consigo al final hablar con los servicios arqueológicos del Ayuntamiento.

Vuelvo al día siguiente con el Señor Edmund Buchner, un joven arqueólogo alemán, que más tarde sería (gracias a mí) Presidente del Deutschen Archäologischen Instituts.
Y claro, resulta que sí, que efectivamente.

Que había hecho un descubrimiento arqueológico importante, gracias al Monfortino.

Viajamos 2000 años atrás... 
Viajamos hasta la antigua Roma.

La Roma del s I. La inmediatamente posterior al emperador Augusto, el que se la encontró de ladrillo y la convirtió en mármol.
En ese momento confluían 2 cosas:

La antigua Roma necesitaba un reloj. Un reloj solar.

La antigua Roma conmemoraba al Emperador Augusto con todo tipo de monumentos, algunos propios, otros robados… como …
¿Os acordáis del Obelisco, al que yo había maldecido por recordarme a mi fallida suegra?

Los romanos decidieron que aquel obelisco, que se habían traído “prestado” de Egipto, podría servir de reloj solar.
Que su sombra sería genial para marcar las horas, y poner un poco de orden en el caos de la agenda romana.
Pero claro, todo reloj solar proyecta una sombra, y la sombra se proyecta sobre unos numeritos, que indican la hora.
El reloj de Augusto no era una excepción, pero había un problema, la distancia… no es lo mismo un reloj solar, de esos que cuelgan de las paredes de las casas antiguas, o este reloj solar, con un obelisco de 34 metros de alto.
Imagináos: Una sombra que se proyecta sobre el suelo, a lo largo de varios centenares de metros.

Las marcas de las horas estaban inscritas en el suelo de mármol, con inscripciones de bronce.
O eso suponían los arqueólogos, porque nadie había sido capaz de encontrarlas.

Hasta mi noche de borrachera.

En que por casualidad descubrí “el dial” del mayor reloj solar de la antigüedad...
Pues hasta aquí la historia de cómo me dejó mi primera novia.

Como te decía al principio, en mi familia pasan cosas poco habituales.

Si quieres leer otras "historias familiares", las tienes aquí recopiladas⬇️⬇️⬇️

Este ha sido el hilo de hoy.

Espero te haya gustado.