We shall fight them...

Parte I
Londres, 4 de Junio de 1940

La familia Wells estaba congregada alrededor de la radio.
Sus caras eran sombrías.
El silencio sepulcral se rompió cuando el locutor empezó a leer el discurso.Image

El padre Wells, teniente del Cuerpo Expedicionario Británico, acababa de ser licenciado. Era uno de los miles de soldados repatriados de Dunkerque.

Aunque nadie le recriminaba nada, la vergüenza le comía por dentro. 
Nunca había sido un cobarde. Ni en el colegio, ni en la escuela militar, ni en el campo de batalla. Lo sabía. Pero dudaba.

Lo cierto es que habían huido de Francia cagando leches, con los jodidos boches pisándoles los talones. 
Todo el mundo sabía que Francia estaba a punto de caer. Nadie sabía si los franceses se unirían a los alemanes o si continuarían del lado británico.
Putos cobardes comeranas. 
La madre Wells no estaba mejor. Sabía reconocer una jodida derrota cuando la tenía delante. Su marido era un finolis de bigotillo fino, pero ella no.
Sabía que no había escapatoria. 
Sólo esa semana, dos vecinos se habían volado la tapa de los sesos, por pura desesperación. La madre Wells se angustiaba cada vez que veía a su marido mirar su Browning reglamentaria con ojos vacíos... 
Sabía que llegado el momento, ella acabaría con todo. Nunca dejaría que sus hijos acabaran marcando el paso de la oca y bebiendo cerveza de mierda alemana. 
Era la desesperación. Todo negro. El horror. La sensación de que todo se venía abajo.

El padre Wells ajustó el dial del transistor, y la voz del locutor sonó más clara en la radio. 
- En el día de hoy, el Primer Ministro Winston Churchill ha pronunciado el siguiente discurso ante la House of Commons, que les procedo a leer.

No llevaba ni un mes en el cargo, y la mierda le llegaba ya hasta su gorda barbilla de aristócrata, pensó la Madre Wells. 
Bla, bla, bla...

Los niños Wells, rubios como su madre, miraban fijamente a sus padres. Hacía tiempo que los veían así, hundidos, cabizbajos, sin brillo en la mirada.

Bla, bla, bla 
Seguía el locutor...

“Os podéis preguntar: ¿Cuál es mi política? La guerra, por mar, por tierra y aire, y con todas las fuerzas que Dios nos dé”
Los niños Wells vieron a su padre asir con fuerza la mano de su madre. 
“¿Cuál es nuestra meta? Os puedo responder con una única palabra: Victoria. La victoria a toda costa, victoria a pesar de todo el terror, victoria, no importa lo largo y duro que pueda ser el camino” 
A los niños Wells les gustaba liarla. Gritar y molestar cuando sus padres escuchaban la radio.

Algo les decía que ese no era un buen momento. 
“Defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo, lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas, ¡y nunca nos rendiremos!” 
Cuando el locutor acabó de leer el discurso del Sr. Churchill, se hizo el silencio. No sólo en casa de los Wells, sino en centenares, en miles de casas británicas donde tantas otras familias también escuchaban atónitas la radio. 
Pasado ese momento de silencio, miles de ingleses se miraron a los ojos, y donde hacía poco sólo había oscuridad, ahora había una pequeña llama. 
Una pequeña llama de determinación.

Una pequeña llama que con el tiempo crecería hasta convertirse en una hoguera.

La hoguera de la victoria. 
Parte II
Bahía de Cádiz, 21 de Octubre de 1805

Jack Wells estaba cagado de miedo. Venía de una familia de marinos, pero nunca había estado en una movida así. Los 41 imponentes buques de la armada franco-española acojonaban. 
Que sí, que el Almirante Nelson tenía una flor en el culo, pero a Jack los números no le daban. Había contado sólo 33 buques ingleses, de los cuales sólo 27 en la línea de combate. Contra 33 de los putos gabachos comeranas y los sucios españoles. 
Las caras de los otros marinos en su buque, el HMS Royal Sovereign, eran un poema. La palabra miedo no era suficiente descripción.

Terror se acercaba más. 
Su primo le había explicado que cuando empezaban los cañonazos, había más astillas de madera volando que madera en el casco. Un guardiamarina acababa de potar. 
Aquello no pintaba bien. Estar en el puente de mando con el Vicealmirante Collingwood era garantía de meneo, meneo guapo. 
Desde el HMS Victory empezaron con las señales, bandera arriba, bandera abajo. Tardaron un buen rato en transmitir todo el mensaje del Almirante Nelson. 
Desde luego él no tenía ni idea de qué decían aquellas vistosas banderitas de colores. Pero cuando Collingwood exclamó “Ahora ya sabemos lo que tenemos que hacer”, supo que empezaba el baile. 
El Almirante Nelson acababa de lanzar su mensaje de inicio de batalla:
Inglaterra espera que todo el mundo cumpla con su deber.Image
El HMS Royal Sovereign viró de repente y se lanzó a por la nave capitana española...

... y el Mar se tornó fuego. 
Parte III

Vivimos en una sociedad indolente, caprichosa, donde mandan nuestros intereses particulares por encima de los colectivos.

Quiero esto, quiero aquello.

La mundanidad. 
Y llega el coronavirus.
Y se desata el caos.
Y nos confinan en casa. 
Vivimos en una sociedad de derechos y obligaciones.

¿Derechos? Claro que sí, guapi... derecho a una sanidad pública, derecho a una educación... 
... derecho a ver la tele, derecho a que me rescaten el banco cuando me vá mal, derecho a irme de vacaciones, derecho a hacerme fotos para Instagram donde me apetezca, derecho a ser como soy... 
Derechos, derechos, derechos...

A todos nos gustan los derechos.

En cambio, a nadie le gustan las obligaciones, el sentido del deber... y el deber como subordinación a lo colectivo, menos. 
¿Yo, hacer cola en el súper, para qué, si nadie la hace?
¿Yo, no aparcar en plaza de minusválidos, por qué no? sólo es un rato.
¿Yo, pagar impuestos, para qué? 
Pues bien. No estamos en una situación normal.
Lo del coronavirus va en serio.

No te lo crees por que quien te lo dice, un político, es un inútil, o eso te parece.

Pues deja que te diga una cosa: Tienes razón. Es un inútil. 
Pero yo, no.
Te puedo garantizar que no.
Y te digo que es momento de cumplir con nuestro deber.
De hacer lo que toca.
De estar a la altura del desafío. 
Por eso te he puesto dos ejemplos de momentos decisivos de la historia de Inglaterra, un país mejor que el nuestro en muchas cosas. Pero sobretodo en 2 que son relevantes en situaciones de adversidad... 
1. Tiene mejores líderes,
y 2) su población, por más finolis o más popular que sea, cuando toca cumplir con su deber, cumple. 
Por eso hoy, escúchame:

Quédate en casa. Toma precauciones. Haz caso de las instrucciones que vayan llegando.

Y no te escapes, no te escaquees. 
Esto va para largo.

Sólo lo superaremos con moral alta y sentido del deber.

Llámalo solidaridad si prefieres. 
Los chinos, lo de los derechos lo entienden poco, pero lo del deber lo dominan como la tabla del 2. Por eso están superando la crisis del virus.

Ahora es momento de demostrar si nosotros también somos capaces. 
Salud y ánimos.