El muchacho holandés

El muchacho holandés mira al suelo.

De repente se hace el silencio.

La hierba, corta y verdísima.

Sabe que en unos instantes ya nada será igual.



El muchacho holandés respira profundo.

Alza lentamente  la mirada.

Ante sí, el pelotón italiano.


Compacto.

Determinado.

Inmóvil.


Todo pendiente de un disparo.

El disparo.

Saber que tu tiempo se acaba.


Mira a su alrededor.

Saborea ese momento, en que pasará a la historia de forma irreversible.

Para bien o para mal.

Apura esa última sensación.


El hombre de negro mira al pelotón.

Luego mira al muchacho holandés.


Su mirada, carente de sentimiento o emoción.

Sigue el silencio.


El hombre de negro se llama Aron Schmidhuber.

Alemán.

De Ottobrunn, muy cerca de Munich.

Tiene 45 años.

Los suficientes para ejercer su oficio sin pasión ni piedad.


El hombre de negro da la señal.

Alza el brazo.

Lo baja rápido.


El pelotón italiano inspira profundo, un aire cada vez más pesado.

El pelotón lo forman 6 hombres.


Todos saben lo que hay que hacer.

Lo han hecho muchas veces antes.

Entrenando. Practicando. Una y otra vez.


Pero esta ocasión es especial.

Para muchos de ellos, esta será la última vez.


El muchacho holandés da unos pasos atrás.

Toma impulso.

Comienza a correr.

Una corta carrera hacia su destino.


El aire se enfría.

Los testigos de ese momento único enmudecen.

Miles de personas contienen la respiración.


Lo que están viviendo es algo nuevo.

El final de un enfrentamiento europeo.


Un choque de titanes donde sólo cabe la victoria o la derrota.

Una lucha de la que hablarán libros y generaciones posteriores.

Que se recordará por siempre.


El muchacho holandés frena en seco.

Su cuerpo se tensa y se retuerce.

Se ha producido el impacto.


Instantes a cámara lenta.

Fotogramas para la historia.

El suelo inglés a sus piés.


Ronald Koeman golpea la pelota con todas sus fuerzas.

El balón sale propulsado, raso y directo.

Sin parábola alguna.


La barrera italiana se deshace.

El balón la supera por debajo.


El portero de la Sampdoria vuela. Se estira como nunca, hacia el palo largo.

Su guante acaricia el balón, pero este se le escapa gentil, como el agua entre los dedos.


Miles de barcelonistas estallan en una explosión de júbilo.

Vuelan los corchos de cava.

Sube la natalidad.


Estamos en 1992, en el Estadio londinense de Wembley.


El FC Barcelona acaba de ganar su primera Copa de Europa.


Goal - Ronald Koeman (European Cup final 1992)


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Pero sobre todo, no haga spoiler del final, que si no, pierde la gracia.



Si quiere saber un poco más sobre la historia del Barça, les recomiendo el siguiente libro de mi camarada Roger Vinton: